El impulso irresistible de «Anatomía de un asesinato»

Por Pablo González Vázquez

Tenía 12 años cuando pusieron en televisión “Anatomía de un Asesinato” (1959). Recuerdo sentarme sin muchas ganas en el sofá para verla cuando mi padre me dijo que era una peli sobre abogados. Tenía en la cabeza esas aburridas pelis en la que los abogados eran siempre muchachos jóvenes que conducían coches carísimos, su pelo estaba engominado hacia atrás, llevaban relojes de oro y gritaban en estrados y, sobre todo, se pasaban casi todo el tiempo engañando a todo el mundo, jactándose precisamente de eso. Eran como la chulería personificada. A mí no me gustaba aquello, a mí no me gustaban los abogados.

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Sin embargo, cuando transcurrieron las casi tres horas que duraba la peli, y mi padre me preguntó si me había gustado, no pude más que contestar: «papá, yo quiero ser como el Biegler ese».

En efecto, Paul Biegler (el personaje magistralmente interpretado por James Stewart) representaba a un tipo de abogado que en nada se parecía a todo lo que yo había visto hasta entonces: un tipo sencillo, tenía algún que otro problema económico, amigos borrachos, era simpático, tocaba el piano, le gustaba el jazz, fumaba cigarros puros italianos, solía ir a pescar, le encantaba pasar las noches leyendo la jurisprudencia del Supremo con una copa de bourbon siempre cerca, amigo de todo el mundo y, sobre todo, dominaba la puesta en escena de un proceso judicial sin necesidad de gritar ni mover los brazos a diestro y siniestro. «Ese es un auténtico Letrado» recuerdo que dijo mi padre a mitad de la película. Pues bien, yo creo que fue ese el momento en que decidí que de mayor quería ser Abogado, quería convertirme en una especie de Paul Biegler.

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Lo que más me llamó la atención en su momento del personaje fue su capacidad de empatizar con todos y con todo lo que le rodea. Me encanta el compadreo que tiene con el músico mientras ambos tocan jazz al piano, al alimón. Llama la atención el pique sano que mantiene con el Fiscal del caso, antiguo colega. Resulta muy graciosa la relación entre él y su secretaria, que más que una empleada se asemeja a una hermana mayor. Es de manual de oratoria procesal la manera en cómo expone al jurado sus alegatos para llegar al fondo de sus corazones. Un personaje caracterizado al cien por cien para ganar cualquier juicio que se le ponga por delante y resolver por tanto cualquier cuestión.

Otra cuestión llamativa es la indumentaria de Biegler. Esos trajes a la vez oscuros y brillantes, sencillos pero que dicen mucho de quien lo lleva. Parece como que el guió se hubiera ajustado al contexto de esas chaquetas. Me convencí de que un auténtico abogado tenía que vestir de manera parecida a como lo hacía Paul Biegler.

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Pero Anatomía de un asesinato es mucho más que todo eso, es una película que cuestiona la moral social de la época, que habla de la amistad, de la infidelidad, de la nobleza del ser humano, de la ansiedad etc….

El punto de inflexión en esta película (a diferencia de otras muestras del cine jurídico) es que el abogado sabe desde el principio que su cliente es culpable del delito que se le imputa y, a partir de ahí, se construye lo que realmente debe ser una auténtica defensa procesal para el caso concreto. Estamos ante una obra cinematográfica cuyo fin último es el de servir de sentido homenaje a la figura del Letrado defensor, máxime cuando éste gana el juicio con el argumento del impulso irresistible producido por la enajenación mental temporal que es asimismo utilizado por su cliente para justificar su huida dejando a deber la minuta tan merecidamente ganada.

Hoy, más de veinte años después, creo que Paul Biegler es muy “Pugil”. Es un hombre sencillo, que sabe quién es, comprometido con sus ideales y defensor del proceso en el que cree. Creo que tiene ese aura tan púgil que tanto me fascinaba y que todavía hoy me encanta.